jueves, 4 de febrero de 2010

Tiburones

La limitada percepción humana de lo que supone el concepto “tiburón” nos lleva a imaginar a un ser maligno y perverso que persigue y se come a la gente. Difícilmente podemos concebir tiburones pequeños, cariñosos, sociables o inteligentes. Las películas, las leyendas y nuestra memoria atávica nos hacen relacionar inmediatamente al tiburón con un “monstruo”. Pero la cuestión es algo más compleja y, aunque efectivamente algunas especies de tiburones son capaces de atacar a un ser humano, lo cierto es que la mayoría de estos animales son devorados por los hombres y no al contrario.
Un tiburón nunca será comparable con a los entrañables delfines o las bucólicas ballenas. Resulta casi imposible ponernos ni por un segundo en el lugar de un tiburón, nadando en la oscuridad de la noche en busca de sus congéneres o presas. Todas son incógnitas para nosotros. ¿Cómo se relacionan? ¿Qué piensan o sienten? ¿Cómo se encuentran entre ellos en la inmensidad? ¿Por qué se desplazan durante días o años por todo el globo?
Las cuestiones por resolver son infinitas.
Nosotros creemos ser los herederos de la tierra, los que merecen el cielo o el infierno, dueños y señores de un planeta que llamamos Tierra y que en realidad debería llamarse Océano. Lo cierto es que si la mayor parte de la Tierra está cubierta por agua y si los tiburones llevan nadando aquí 400 millones de años (muchos más que los dinosaurios e infinitamente más que los hombres) ¿no podría ser que los verdaderos amos del planeta fueran en realidad los tiburones?
Tal vez en unos miles o millones de años el hombre solo sea finalmente un recuerdo, un fósil, un desheredado y otro animal extinto.
Observemos con admiración y respeto a tan misteriosos e indómitos animales y disfrutemos de uno de los últimos misterios naturales del mundo.

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