domingo, 21 de febrero de 2010

Quimiorrecepción

Tienen un extraordinario sentido del olfato, hasta el extremo de que se les ha llegado a llamar “narices nadadoras”.
En efecto, la quimiorrecepcion (sentido del olfato y gusto) es extremadamente fina en estos seres vivos.
En el extremo anterior del morro y justo debajo del mismo, observamos los orificios nasales que se abren a unos espaciosos sacos cuyo interior contiene una gran cantidad de tejido altamente plegado y llenos de potentes detectores químicos. Estos sacos olfatorios se encuentran conectados a los bulbos olfatorios del cerebro, de gran tamaño y situados justo encima de los primeros.
Se calcula que como media un 70% de la masa cerebral de los escualos tiene misión olfativa.



Como es sabido, los tiburones hacen entrar constantemente el agua por su boca para oxigenar sus branquias; parte de esa agua fluye hacia el par de sacos olfatorios para salir posteriormente de ellos y también el movimiento hacia delante del pez hace entrar el agua en los pliegues nasales.
La función de estos repliegues seria la de conducir el agua de una manera más directa al interior de los sacos, los cuales se encuentran atravesados por la mitad por una membrana carnosa cuya función es la de separar el agua entrante y la saliente, de manera que ambas no puedan mezclarse (así, el tiburón recibe en cada instante una información detallada de lo que olfatea).
Todo esto hace que el aparato olfativo del escualo esté siempre en funcionamiento (el tiburón está siempre en movimiento o en zonas de corrientes).
Estudios científicos han demostrado que la parte posterior del cerebro también sufre ciertos cambios durante la estimulación olfativa: cuando se detecta un estímulo químico “atractivo”, se incrementa el ritmo del bombeo de agua a través de las aperturas branquiales; después, durante un corto espacio de tiempo y mientras el animal efectúa el ataque final a su presa, se cierran, confiriéndole una forma más hidrodinámica. Últimamente se ha observado que durante los estados de ayuno prolongado se les agudiza aún más dicho sentido.
Los primeros experimentos sobre este tema se realizaron en tiburones limón (Negaprion Brevirostris) a los que al presentarles bolsas cerradas cuyo interior contenía piedras y cangrejos (muertos), no tuvieron ningún problema para distinguirlas; pero si se les obstruía con algodón las fosas nasales, eran incapaces de distinguir entre los dos tipos de bolsas.
Otros experimentos que consistían en taparles los ojos, demostraron que podían encontrar alimento sin dificultades.
En el caso de los peces martillo, las fosas nasales se sitúan al extremo de cada lado de su “martillo”; cuando nadan, a cada golpe de cola, mueven su cabeza de un lado a otro para cubrir de esta manera un mayor espacio olfativo.
Actualmente las investigaciones se llevan a cabo con cantidades muy determinadas de ciertos productos químicos y bajo unas condiciones altamente controladas. Esto podría representar un problema, pues no sabemos si este comportamiento se puede extrapolar al que tendría el animal en estado salvaje.
Los productos químicos que les atraen producen cambios característicos en los órganos olfatorios y en la zona frontal del cerebro. Ciertos aminoácidos, algunas secreciones de peces y la hemoglobina de la sangre producen cambios en la actividad nerviosa; esto nos lleva al estudio de los repelentes, tales como el acetato de cobre.
Otros olores no le “dicen nada” pues no se ha observado reacción alguna ante ellos; éste es el caso de la orina humana.
Su sentido del olfato es finísimo, así el tiburón limón (Negaprion Brevirostris) puede detectar una parte de entre 25 millones en el caso de ciertos jugos que excretan los atunes.
En cuento a la forma de llegar a la fuente del estímulo químico, se han detectado distintos comportamientos, pudiendo decir en general que: los tiburones pelágicos pueden distinguirse a la fuente zigzagueando a través de un “pasillo olfativo”, comportamiento observado en los tiburones nodriza (Ginglymostoma cirratum).
O bien, pueden distinguirse directamente a la fuente a través de la corriente más fuerte que les traiga ese olor, esto ocurre en el tiburón limón y sus parientes cercanos.
Los tiburones bentónicos, que a menudo cazan animales enterrados en la arena o lo hacen en la oscuridad, van “husmeando” el lecho marino con ayuda de electrorreceptores, ya que sus repliegues nasales están muy desarrollados.

El sentido del gusto parece ser que se encuentra en la boca y la faringe, dando la posibilidad al animal de realizar una discriminación final de la comida antes de ser tragada.
De esta manera se han hecho experimentos con cebos inicialmente atractivos (calamares), pero antes de que sus jugos naturales hubiesen podido salir al exterior, se les había metido en alcohol, de manera que el tiburón acababa por no tragarlos.
Tal vez, este comportamiento está relacionado con el hecho de que en muchos ataques a humanos, el escualo no proseguía el ataque después del primer mordisco, podría ser que nuestro sabor no les guste.
También poseen otra serie de quimiorreceptores llamados “neuromastos libres” que se encuentran relacionados con los dentículos dérmicos modificados.
No están asociados con poros de la piel, ni son parte de su línea lateral, tampoco se asocian a las ampollas de lorenzini electrorreceptoras.
Se encuentran distribuidos en distintas zonas: en fila, justo debajo de la mandíbula inferior (se llama hilera mandibular); otra línea se sitúa en la base delantera de las aletas pectorales (la línea umbilical), el resto están repartidos por toda la superficie dorsal y normalmente no aparecen por debajo de la línea lateral.
Aún no se conoce bien la función de este sistema, pero se cree que son como unas “papilas gustativas” (hay que recordar que los tiburones a menudo, antes de iniciar el ataque, rozan a sus victimas) detectoras del movimiento del agua o detectoras de la salinidad.

No hay comentarios: